Orange Bow Tie

domingo, 23 de agosto de 2015

Fantasías de una Eroticursi. Primera historia parte 1

Hola de nuevo, ChicaErotiCursi desu~ *tono de Juuzo [TG]*. El día de hoy voy a escribirles una de mis tantas fantasías y para ello utilizaré a mis dos personajes favoritos ¿Adivinad quienes? -Fabián y Patricia- ¡Bingo! ellos dos. Creo que es con la pareja que más fantaseo, incluso en eventos atemporales y alternos jejeje son mis conejillos de indias nya~. Sin más que decir, enjoy!

Érase una vez en una ciudad conocida alrededor del siglo XV, una familia de jovencitas con una belleza exótica para los demás habitantes pues, comparadas con rasgos comunes como cabellos castaños, ojos a la par y piel oscurecida por el sol, las cinco damas tenían una apariencia que dejaba boquiabierto a cualquiera que las viere. Con sus cabellos dorados y ojos azules como el cielo, su apariencia resaltaba por sobre del promedio. A pesar de todo, aunque las cinco mujeres juntas eran hermosas como un campo lleno de flores en primavera, entre las cinco había una que resaltaba más que las demás, y esa era la quinta hija. La diferencia entre ella y sus hermanas era muy simple, lo cual era el largo de su hermoso cabello rubio, el cual acicalaba todos los días, la piel de porcelana que se había ganado por no asolearse y su cuerpo esbelto y exageradamente voluptuoso que sólo ella había heredado de su madre. Su nombre era Patricia y era la quinta hija del dueño de la cantina más grande y famosa de la ciudad.

-¡Patricia! lleva estas cervezas a la mesa de don Cortés -exclamó Mari, la segunda hermana, desde la barra.
-¡Ya voy Mari! -respondió Patricia desde una de las mesas que se encontraban cerca de la entrada, donde estaba recibiendo un pedido de cervezas.
-¡Apúrate idiota! -insultó Mari, como acostumbraba hacerlo.

Patricia era, cómo decirlo... la más pequeña y la más envidiada de las cinco. El trato que siempre había recibido por parte de sus hermanas era muy hostil, puesto que además de ser la más hermosa, era la favorita del padre.

-Aquí tienen sus cervezas, siento la tardanza -expresó Patricia un poco agitada de correr por toda la cantina sin parar.
-No te preocupes de eso pequeña, sé que tu padre está de viaje con tu hermana mayor y este lugar es un caos cuando no están, jojojo~ -expresó el hombre de avanzada edad que levantaba la cerveza de la mesa y le daba un enorme trago.

Patricia no hizo más que sonreír y seguir con su trabajo.

Aquél día parecía un día igual a los demás que habían pasado y que irían a seguirle, nada había ido diferente a no ser por lo que nadie sabía que se avecinaba.

La noche de ese día cayó y la hora de cerrar estaba a la vuelta de la esquina. Las mesas ya estaban limpias a no ser por dos clientes que estaban más que ebrios y a punto de quedarse dormidos en la mesa.

-¡Oye idiota, es hora de que les digas que se larguen! -expresó de forma grosera Mari.
-Pero ya están dormidos y no puedo cargarlos sol...-comenzó Patricia, pero fue interrumpida.
-¿Y eso qué? No es como si te faltaran brazos, pequeña inútil -dijo Sofía, la tercera hermana, masajeando sus pies y quitándose la mugre entre los dedos.
-Sí pero... -susurró Patricia, pero mejor decidió intentar sacar a los dos señores que ya estaban hasta babeando.

Milagrosamente, Patricia logró despertar a uno de los hombre, el cual le ayudó a llevarse al otro. A unas cuantas cuadras lejos de la cantina, Patricia dejó a los dos hombres tambaleantes a su suerte y se dispuso a regresar con sus hermanas.

En el oscuro y silencioso camino de regreso, Patricia comenzó a sentir escalofríos. El barrio, a pesar de ser un lugar concurrido en el día, por las noches se volvía solitario y peligroso, y más para una de las hijas del dueño de la cantina. A pesar de que más de la mitad de la ciudad conocía al dueño de la cantina y respetaba por sobre de todo a sus preciadas hijas, siempre podía existir una excepción, tal como la de esa noche.

Patricia caminó a prisa para llegar pronto a la cantina, pero el camino más que acortarse, se alargaba conforme pasaban los segundos. "¿Cómo es que estoy tan asustada? No es como si me estuvieran siguiendo" pensó ella, tratando de calmar sus nervios, pero cuando apenas comenzaba a relajarse, escuchó unos pasos en dirección de un viejo callejón a tan solo tres cuadras de la cantina. "¿Sería mejor si corro? Ya casi llego y no quiero averiguar de quién son los pasos" se dijo a sí misma sin siquiera voltear hacia el callejón. Antes de que pudiera intentar algo, pudo escuchar que los pasos se hacían más rápidos y ruidosos. Sí, la otra persona había acelerado el paso.

Envuelta en terror, Patricia no lo pensó dos veces y se echó a correr como si no hubiera mañana. La luz de la cantina tan cerca pero tan lejos, iluminó por fin los ojos de Patricia y lo que parecía ser un alivio para ella, resultó ser peor que el terror que había experimentado segundos antes.

El panorama en aquél momento no era el que Patricia alguna vez hubiera creído que pudiese ocurrir fuera de los libros y menos a su familia: lo que vio fue a su hermana Mari sosteniendo un cuchillo enorme de cocina con ambas manos y detrás de ella a sus hermanas Sofía y Guille (cuarta hermana). Además de ellas, ocho bandidos se encontraban blandiendo sus espadas, preparados para asaltar el lugar.

-¡Patricia, corre y trae ayuda! -exclamó Mari.
-¡Pe-pero...!
-¡CORRE!

Patricia giró su cuerpo para correr y buscar ayuda pero se estrelló contra una persona que se encontraba justo detrás de ella: era uno de los bandidos. A simple vista era sólo un apuesto joven de cabello negro y ojos de un color castaño rojizo, el cual no era mucho más alto que ella ni tampoco fornido como los otros bandidos. Podía pasar como cualquiera e incluso como una buena persona, pero lo que hizo que Patricia se intimidara fue la sonrisa retorcida que hizo al verla y el stiletto que sostenía en una de sus manos.

-Oh ¿Qué tenemos aquí? ¿De dónde salió una gatita tan rica como esta? -expresó vulgarmente el bandido joven.
-¡Y--y---yo---! -tartamudeó Patricia de la sorpresa, pero no pudo decir más e intentó evadir a aquél que se encontraba frente a ella.
-¿A dónde vas, gatita? Apenas va a empezar la fiesta -dijo el bandido y la agarró del cabello.

Patricia gritó fuertemente del dolor e intentó soltarse arañando la mano del bandido, pero él agarró ambas manos de ella y las sostuvo fuertemente a su espalda, luego le puso el stiletto en su cuello y le dijo lo siguiente:

-Si tratas de escapar o gritas, te rebano el cuello.

Patricia no tuvo más opción que quedarse quieta.

-Muy bien. Ahora ¿En qué estaban, muchachos? -preguntó el bandido joven a los otros bandidos.
-Estábamos a punto de quitarles el dinero a la fuerza hasta que llegó usted -dijo uno de los bandidos que sostenían espadas.
-¿Y? -contestó de forma arrogante el bandido joven.
-Mis más sinceras disculpas, señor. En seguida les quitamos todo.

Con eso dicho, los bandidos se acercaron con sonrisas retorcidas hacia las hermanas, que se encontraban aterradas junto a la caja donde tenían el dinero.

-Si no nos dan el dinero, las cortaremos en pedacitos.
-¡No les daremos nada, aléjense! -exclamó Mary, agitando el cuchillo con sus temblorosas manos.
-¡Dago! -interrumpió el bandido joven.
-¿Sí, señor? -respondió el bandido.
-Deja que yo arregle esto.
-¡Por supuesto! -dijo el bandido Dago.

Avanzando un par de metros hacia adelante, el bandido joven jaló consigo a Patricia y dijo lo siguiente:

-Miren chicas, hagamos un trato: Si nos dan el dinerito que tienen ahí, yo les entrego a la gatita ¿suena bien, no?
-¡No! Nunca haríamos un trato con ustedes -aclamó Mari.
-¿Ni siquiera por su vida? -apuntó el bandido joven.

Las hermanas se miraron entre ellas y Mari dudó de su anterior respuesta. Después de un par de minutos, Mari habló de nuevo.

-¿No hay otra forma de resolver las cosas?
-Entréganos el dinero, es fácil.
-¿Cómo sé que no vas a secuestrar a mi hermana una vez que te demos el dinero?
-¿Secuestrar? ¡Pero qué buena idea! No lo había pensado así pero, viéndolo bien, esta hermana suya tiene unos atributos muy buenos que me podrían servir para muchos propósitos -dijo el bandido y con la mano que sostenía el stiletto frotó los senos de Patricia.
-Oh, ups...
-Aún así prefiero el dinero. ¿Lo van a soltar o no?
-Quédate con mi hermana.
-¿¡Qué!? -gritaron las dos hermanas detrás de Mari.
-Sin este dinero, el negocio se irá a la quiebra y... mi padre nos tiene a nosotras, Patricia es dispensable -dijo Mari a sus hermanas inconformes.
-Oh, ese es un giro inesperado en los eventos. Está bien, me quedaré con la gatita.
-¿Qué? ¿¡Pero que voto doy yo aquí!? -reclamó Patricia, pero nadie respondió.
-Pe--pero jefe... -dijo Dago, dudando un poco de la decisión que tomó el bandido joven.
-También denme el alcohol -añadió el bandido joven.
-¿Qué? ¿No es suficiente ella? -reclamó Mari.
-¿O acaso quieres que nos las llevemos a ustedes también? Ese cuchillo de cocina no va a servir contra nuestras espadas.
-¡Pero vivimos de esto!
-¿Y a mí qué me importa? Estoy siendo condescendiente.
-Está bien, tomen el alcohol de la parte de atrás -señaló Mari y soltó un suspiro.

Los hombres comenzaron a invadir el lugar y a tomar todo el alcohol que encontraban, el cual era poco pues lo demás ya se había vendido. Patricia no podía creer lo que sus ojos veían: el lugar era asaltado, sus hermanas lo permitían y, por supuesto, ella iba a ser básicamente abandonada por su familia.

-¡Mari, no puedes hacerme esto! -exclamó Patricia temblando.

Mari no respondió, sólo miraba al suelo mientras empuñaba el cuchillo.

-¿Soy tan poco para ti? ¿Tanto me odiabas que me has vendido a unos bandidos?

Sin respuesta. Las otras dos hermanas, sin embargo, lloraban detrás de su hermana mayor.

-Patty, lo sentimos mucho pero creemos que Mari tiene razón.

El corazón de Patricia estaba hecho pedazos y las lágrimas amargas que brotaban de sus ojos eran la viva evidencia.

-Vámonos muchachos -dijo el bandido joven una vez que habían saqueado la cantina y jaló consigo a Patricia hacia la puerta.

-¿Tanto... tanto me odiaban...? -dijo por última vez Patricia antes de que el bandido y ella salieran de la cantina.

Patricia estaba conmocionada acerca de lo que le estaba sucediendo, sus hermanas la habían abandonado y ahora estaba siendo arrastrada a un lugar desconocido junto con unos bandidos sin saber el destino que le deparaba. En el mejor de los casos, sería vendida como sirvienta a un hombre rico, pero eso sólo era un sueño: ella sabía que no iba a ser más que un juguete sexual para los bandidos y para su próximo "dueño".

Cuando llegaron a donde los caballos de los bandidos estaban, el bandido joven sacó una cuerda de una bolsa que colgaba de uno de los caballos y con ella comenzó a amarrar sus manos y rodillas. Luego sacó dos pañuelos de la misma bolsa: uno lo metió en la boca de ella y el otro lo ató alrededor de su cabeza para asegurar que el primer pañuelo se quedara adentro de su boca. Patricia no se resistió, lo único que quería en ese momento era sólo llorar y lamentarse. Por último, antes de meter la cabeza de ella en una bolsa de tela para prevenirla de mirar, dijo lo siguiente:

-No sé si suene bien de mi parte decir esto pero, siento lo de tus hermanas -dijo el bandido joven, mirándose un poco arrepentido.

Patricia miró al bandido y se remitió a soltar más lágrimas.



-ChicaErotiCursi*




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