Hola hola, buenas! Hoy les traigo el comienzo de una historia que había comenzado a escribir hace casi diez años y comenzó increíblemente como un fanfic de Shaman King. En realidad era la historia de Lyserg Diethel pero con tema romántico y luego terminó cobrando vida propia y creó a sus propios personajes. Ahora, como perdí todo lo relacionado a la historia vieja, me he dado a la tarea de empezar desde cero pero con el mismo concepto que tenía desde hace casi nueve u ocho años. El título completo de esta obra es "El chico de ojos tristes y la chica alegre que le enseñó a ser feliz" Enjoy!
“The sad eyed boy and
the cheering up girl
who taught him
how to be happy”
Capítulo 1: El primer lunes sin ellos.
Una fría mañana como todas las demás del mes de noviembre, Caleb observaba un espejo ligeramente sucio en el que no se reflejaba él mismo. Una mancha borrosa se aparecía encima de lo que él llamaba rostro y al poner las manos extendidas frente a aquél objeto, los dedos que debían reflejarse se movían de manera que parecían espirales dando vueltas y lo mareaban hasta un punto en el que no podía retener las ganas de vomitar.
Centrando su mirada en el contorno del espejo del elegante pasillo de su casa, su mente divagaba y se perdía entre los detalles de aquél barniz que se empezaba a decolorar “¿será por la humedad?” se preguntó a sí mismo “¿Qué hora será?” se cuestionó después y, aunque no miró el reloj, la respuesta vino por sí sola.
-Joven amo –escuchó a su lateral derecho, era el mayordomo –es hora de desayunar.
“Con que esa es la hora… A pesar de que sigo nauseabundo, tengo que hacerlo” pensó.
Sus pesados pies se arrastraron hasta la espaciosa habitación iluminada por un bello candelabro de cristal, el cual a la par era acompañado por una gran alacena repleta de platos decorativos con ilustraciones de varios lugares del mundo, copas y tazas de todos los tipos. En el centro de la habitación, se encontraba un enorme comedor de roble con un jarrón colmado de flores y un solitario plato adornado con un exquisito desayuno que le esperaba soltando un poco de vapor. El fuerte aroma a roble de los muebles, el ligero y dulce aroma de las flores combinados con el de aquél que era su desayuno, le hacían sentir un poco nostálgico y a su mente vino una imagen cotidiana que tenía con sus padres:
“¡Qué delicioso aroma! Creo que hoy desayunaremos omelette con espinacas y champiñones, ya lo puedo saborear” decía el padre, olfateando y adivinando qué es lo que iba a deleitar su paladar.
“¿Tú crees papá? Yo creo que huele más como a huevos revueltos” contestaba Caleb ante la afirmación.
“¡Para ti siempre son huevos revueltos! tienes mucho que aprender, mi pequeño Calígula”
“Caleb, papá. Mi nombre es Caleb” reprochaba con las mejillas infladas.
“Pero Calígula te sienta mejor, es más refrescante” contestaba su padre entre carcajadas.
“Ya te escuché, Germán. Deja de cambiarle el nombre al niño” se escuchaba a su madre decir desde atrás de ambos.
“Vale, le dejaremos Calimba”
“¡Caleb, papá!”
“¡Germán!”
Y así, el pequeño recuerdo se desvanecía mientras Caleb se sentaba en la mesa a observar con la mirada apagada el desayuno de hoy. “Huevos revueltos y tocino, ¿hm? Hoy no adivinaste, papá” pensó por última vez antes de comer con desgano aquél desayuno.
-Lo estaré esperando en el automóvil, joven amo- dijo el mayordomo una vez que Caleb había terminado de lavarse sus dientes. Sin decir una sola palabra, hizo un ademán y caminó a la par del señor de edad madura.
Caleb obedientemente se subió al MKZ color plata que se encontraba en el frente de la elegante residencia y se cuajó en el mueble de piel color negro.
-Mire eso joven amo, la señora Morgan ya puso en venta su casa- expresó sorprendido el mayordomo y Caleb miró la casa vecina, encontrándose con un letrero de “se vende” colgado llamativa y cuidadosamente al frente del bello hogar.
“Al menos esa anciana ya no se quejará de que nuestro roble le da mucha sombra en invierno…” pensó y luego el automóvil avanzó.
Pasado un breve tiempo, su cuerpo se encontraba frente al portón de su escuela, el cual se encontraba (como de costumbre) atiborrado de adolescentes entre los 12 y 18 años; la mayor parte, acompañados por sus padres. Atentamente desde el interior del automóvil y sin pestañear, observó cómo cada amoroso padre abrazaba o besaba la mejilla de su hijo para despedirlo con cariño antes de entrar ya no están en primaria, mocosos mimados.
-Joven amo, es hora de que lo acompañe a la puerta- expresó el mayordomo una vez que había abierto la puerta.
-Yo puedo solo- dijo por primera vez en toda la mañana.
Con débil voluntad, caminó con la credencial de la escuela en mano hacia la puerta e inmediatamente pasó al supervisor sin decir el acostumbrado “buenos días” acompañado de una sonrisa cándida. El supervisor no se extrañó demasiado, todos sabían lo que había ocurrido.
El camino a su salón de clases fue relativamente suave, gris e indiferente ese día, recibió algunas miradas de gente incluso desconocida, pero los había pasado como si no existiesen; lo difícil apenas se avecinaba. Poco a poco, pasando los salones de tercero y segundo, finalmente llegó a la puerta del que marcaba “1° A” y soltó un pequeño suspiro. Desde unos metros afuera, se podía escuchar el enorme revuelto cotidiano que hacían sus escandalosos compañeros pero, al adentrarse en el ruidoso salón de clases que le pertenecía, las voces se silenciaron y los ojos de todos le miraron con una lástima indescriptible. "Qué asco".
-¡Hola Caleb!- se escuchó y resonó como eco en el ahora quieto y silencioso salón de clases.
-Hola Paul- contestó Caleb un poco sombrío, sin siquiera mirar a su mejor amigo.
Después del pobre intercambio de saludos, los susurros de sus compañeros de clase comenzaron a contaminar el ambiente, provocando un sentimiento más nauseabundo que el del incómodo silencio que antes se había creado. "No pueden ser más hipócritas, malditas sanguijuelas".
-No les hagas caso- expresó Paul tratando de apoyar a su amigo.
-No lo hago, sería patético si fuese así- contestó Caleb con tono firme y mirada perdida.
-Em, sí…- contestó dubitativo Paul ante el tajante comentario de Caleb.
Un silencio incómodo circundó a los dos por un par de minutos antes de que se les uniera una persona más.
-Hola Caleb, escuché lo que sucedió. Siento mucho la pérdida –dijo una voz femenina que luego le regaló un abrazo con olor a mandarina- de verdad que lo siento, pues ya he estado en una situación similar. Sabes que puedes contar conmigo ¿vale?
-Gracias Frankie- contestó Caleb, cerrando los ojos fuertemente y tratando de no llorar.
-Bueno, vale ya fue mucho- dijo Paul ante la escena de interpretaciones variantes.
-Sí, tienes razón –contestó Frankie y luego se echó para atrás –mejor vamos a sentarnos Caleb.
-Mhm- afirmó sin más.
Caleb se sentó en su respectivo mesa-banco y poco después se vio rodeado de más personas que mostraron sus condolencias “hipócritas y sin vergüenza” mientras escuchaba a los frívolos compañeros que trataban de darle ánimos a medias. "Todos creen saberlo todo".
Las clases comenzaron y terminaron. En la semana, no ocurrió nada diferente de lo que sucedió aquél lunes.
-ChicaErotiCursi**