Orange Bow Tie

miércoles, 10 de febrero de 2016

Fantasías de una Eroticursi. Primera historia parte 4

As long as you read with love, nothing left to say-- enjoy!
Eran alrededor de la una de la tarde cuando el capitán Fabián se venía levantando de nuevo gracias al barullo que estaban teniendo sus subordinados en el campamento. Sus ojos, llenos de lagañas estaban siendo frotados fuertemente por su mano derecha y estiró la mano izquierda para abrir la cortina de la tienda de acampar. Cuando sus pupilas se acomodaron a la luz proveniente de afuera, pudo observar claramente a sus subordinados molestando a una joven de cabellos rubios, amordazada, atada con una soga. Al principio no pudo reconocer muy bien a la joven, pero a los segundos reaccionó: la chica que habían capturado ayer ya no estaba en su tienda. Después de observar la escena, como si su cuerpo hubiese sido poseído por un espíritu, se levantó rápidamente y corrió hasta donde estaban los subordinados que abusaban de la joven.

-¿Se puede saber qué diablos están haciendo? -exclamó Fabián enfurecido.
-¡Capitán! -exclamaron los subordinados, tensos ante el avistar de su capitán.
-¡Quítense de aquí! - dijo molesto el capitán mientras empujaba a sus subordinados y se aproximaba a la joven la cual se encontraba empapada en lágrimas y saliva y con la ropa rasgada mostrando su ropa interior.
-¡Rubius!
-¿Sí, señor? -respondió uno de ellos, rezando por su vida en su mente.
-Explícame por qué la ropa interior de la mujer está descubierta y por qué carajos no está dentro de mi tienda.
-L--lo que p--pasa es que... este... -comenzó dubitativo Rubius.
-¡PERO YA!
-¡La mujer estaba escapando y la detuvimos en el intento! -respondió Rubius.
- No me importa lo que estaba haciendo esta mujer, pero follársela no está permitido.
-¡Lo sentimos muchísimo, capitán! -exclamaron los seis hombres que estaban en la escena. Sabían que no les iba a ir nada bien por tocar "la mercancía".
-Les doy 5 segundos para largarse de mi vista.

Y como fue, los subordinados se esfumaron en menos de dos segundos, mientras que Patricia solo se mantuvo en posición fetal sollozando.

-¿Estás bien? -preguntó más tranquilo Fabián mientras le retiraba la mordaza y trataba de acomodarle la ropa a Patricia. "Su vestido está todo roto... y su ropa interior está húmeda..." pensó Fabián, pero no hizo comentario alguno.

Mientras, Patricia no tenía intención alguna de hablar. "Está viendo... mi ropa" pensaba avergonzada, sin embargo, también lograba apreciar la gentileza en las manos y en la voz de Fabián. "Es muy diferente de la noche anterior" pensó un poco reconfortada. Luego del fútil intento de acomodar la ropa ya rota de Patricia, Fabián se quitó la camisa, le cortó las ataduras y luego la vistió como pudo; luego la cargó hasta otra casa de campaña, en donde se encontraba recostado un joven de cabello castaño y unos ojos de un verde penetrante, el cual, en cuanto vio a Fabián entrar, enderezó su cuerpo inmediatamente.

-¡Buenos días, capitán!
-Kiki, te tengo un encargo.
-¿Dígame..? -dijo extrañado y observando a la mujer que su capitán sostenía en brazos.
-Cúrala y aliméntala, tiene fisuras en varias partes de su cuerpo y no ha comido nada desde ayer.
-¡Por supuesto! Solo que...
-¿Solo que... qué?
-Es una mujer y... bueno...
-No es mi problema, arréglatelas -concluyó Fabián, dejando a la Patricia sobre lo que parecía ser una colchoneta.

Con la misma, Fabián se retiró y Kiki se quedó solo con la joven, la cual se mantuvo sentada cubriéndose el rostro.

-Ho... ¿hola?

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Alrededor de una hora había pasado desde que Patricia había sido llevada a la tienda de campaña de Kiki, el médico de los bandidos y el más joven de éstos, que con tan solo 16 años conocía más de medicina y herbología que los médicos de las ciudades grandes. Al paso de esa hora, Kiki había curado las heridas superficiales en el cuerpo de la joven e incluso le había proporcionado un cambio de ropa bastante decente, aunque fuese de hombre. Kiki ahora esperaba afuera de la tienda a que Patricia se tranquilizara y ésta estaba una esquina de la tienda de campaña, sosteniendo sus muñecas (aunque vendadas) todavía adoloridas por la quemadura que le provocaron las cuerdas en su sensible piel. Pasó otra hora, en la que Kiki entró para preguntarle si quería comer o algo, pero ella no respondía.

A eso de las cuatro de la tarde finalmente, Fabián decidió entrar a verla, un poco arrepentido. Llamó por fuera de la tienda, pero la joven no contestó, así que él decidió entrar por su cuenta y verla por sí mismo. Usando una camisa blanca y unos pantalones algo grandes para su tamaño, la mujer de cabellos rubios largos y ondulados se encontraba en una esquina, mirando hacia las costuras de la casa de campaña.

-¿Estás bien?
-...

La joven no tenía planeado contestar.

-Debí haber estado más al pendiente de mis subordinados. Verás, no se han acostado con una mujer en mucho tiempo y...
-Yo... -comenzó Patricia.
-¿Tu...?
-No intentaba escapar.
-¿Entonces qué hacías afuera?
-Quería... ir al baño.
-Eso explica tu ropa...
-Sí...
- Y ¿Estás bien?
-Prefiero estar sola.

Patricia comenzó a lagrimear.

Fabián salió de la casa de campaña, frotándose la cabeza fuertemente.

-Kiki... ¿Qué hago?
-¿A qué se refiere, Capitán?
-A éste paso no podré venderla.
-¿Iba a hacer eso? Pensé que la quería para usted, con eso de que la trata bien y...
- Síguele...
-Heh, lo siento Capitán. ¿Qué hará ahora, la va a adoptar?
-Necesitamos dinero, no otra carga.
-Eso que ni qué, pero a costillas de una jovencita de no más de mi edad...
-¿Estás tratando de que le tenga compasión?
-De ninguna manera, capitán. Yo sólo digo lo que veo.
-Bueno, guárdate tus opiniones, Kiki. Vamos a ir a saquear otro lugar esta noche los chamacos y yo, cuida de ella hasta que piense qué voy a hacer.
-Sí, por supuesto Capitán.

Y así, la noche cayó y la mayor parte de los bandidos fueron a saquear otro lugar.

Mientras, Kiki ya se había ganado la confianza de Patricia y comenzaba a intercambiar un par de palabras con ella.

-Y ¿qué edad tienes?
-Dieciséis.
-¡Uwah! Tenía razón, somos de la misma edad.
-...
-Oye, ¿Tienes hermanos?
-Cuatro hermanas... mayores.
-¡Qué suerte! Yo no tengo hermanos. Mi única familia está aquí, con ellos.
-...
-¿Cómo se siente tener hermanas de sangre?
-Es horrible.
-¿Por qué lo dices?
-...
-No creo que sea tan malo... por ejemplo, aunque el capitán no está relacionado de sangre conmigo, es muy gentil y me procura mucho.
-Pero es diferente...
-¿Diferente cómo?
-...
-Sabes... el capitán no es tan malo.
-...
-Ninguno de nosotros tenía hogar hasta que le conocimos, ahora todos somos muy unidos gracias a él...
-Entiendo perfectamente, la situación es favorable para ustedes.
-¿Eh por qué lo dices?
-Eres un buen chico, muy perceptivo también. Por esas mismas razones, deberías de entender que mi posición en este momento es tan lamentable como la del ganado a punto de ser ejecutado.

Kiki se mantuvo en silencio, sabía que Patricia estaba completamente en lo cierto y él no podía hacer mucho por ella, pero él insistió,

-Quiero ayudarte.
-¿En qué? No hay manera.
-Puedo hablar con el capitán y...
-¿Y luego qué? Ya lo oíste, necesitan el dinero. Mantenerme a mí, una foránea, no es más que un estorbo.
-El capitán se las arreglará, hasta a mí me ha encontrado una vocación.
-... ... Eres muy ingenuo.
-Es algo que me caracteriza, y es por eso que yo encontraré la manera de ayudarte, lo prometo.

Y así, Kiki hizo una promesa que cumpliría a como diera lugar.