Historia de Eduardo y Denisse.
Fue una locurilla que escribí en una lluviosa madrugada de verano. Enjoy!
22 de Junio de hace ocho años. Casa de los Jaramillo.
“Dicen que se suicidó en el cuarto de sus hijos”
“¿Enserio? Esa Lidia era una descarada”
“Mira a esos pobres chiquillos, los dejó solos con ese ingeniero patán”
“¿Y quién la encontró?”
“El más pequeño, Lalito”
“Pobre, con el trauma de ver a su madre así... Jamás podrá tener una vida normal”
El velorio de Lidia Jaramillo, más que ser un consuelo para la familia de la difunta, era un ambiente de acusaciones y crueles interpretaciones de los hechos por parte de las vecinas del pequeño vecindario. Sentados en un par de sillas al lado del ataúd, se encontraban los dos hijos de la antes dicha, escuchando cada palabra despiadada que escupían las mujeres que se suponía estaban para dar el pésame.
-Los comentarios de esas brujas me están colmando la paciencia- dijo iracundo Daniel, el hijo más grande.
-No se puede evitar- contestó sin interés Eduardo, el más pequeño.
-Sí se puede evitar, si no fuera porque mamá nos está viendo, iría y les echaría el ponche encima- gruñó Daniel, sosteniendo un pequeño vaso desechable al límite de ser arrojado.
-Pero no puedes, no se puede evitar- contestó nuevamente Eduardo, aún más apático.
En el otro extremo de la habitación, un inconsolable viudo se encontraba tomando cervezas sin parar, reclamándole a su esposa la partida inesperada y lamentando su terrible situación.
-Mira a papá, sólo está lamentándose allí y gastándose lo que le queda del dinero de la liquidación de mamá...- dijo vagamente Daniel.
-Me da asco. Odio mucho a papá- respondió Eduardo, sorpresivamente enojado.
-¿Enserio lo odias tanto?- dijo una pequeña voz a un lado, lo que hizo a los hermanos saltar de la silla.
-¡Eh! Ah, una niña- dijo Eduardo con los cabellos erizados.
-No es sólo una niña, es la hija de la maestra- contestó Daniel, más informado.
-¡No soy una niña!- exclamó la pequeña con las mejillas sonrojadas.
-No molestes, mocosa- repudió Eduardo.
-¡Mi nombre es Denisse!
-Tranquila muñeca, mejor siéntate- habló avergonzado Daniel.
-¡Jum!- reprochó Denisse y luego se sentó en la silla vacía al lado de Daniel.
-Como te decía, hermano...- comenzó Eduardo- todo es culpa de papá, lo odio.
-No lo odies...- dijo tímidamente Denisse.
-¡Cállate, tú no sabes nada!
-Sí lo sé, mi mamá es igual a tu papá. Ambos perdieron a quien amaban.
18 de agosto de hace cuatro años.
-La pequeña Deni ya entrará a la secundaria, quién lo diría ¡Felicidades!- dijo Daniel, extendiéndole un regalo a Denisse.
-¡Gracias Dany! ¿Qué es?- preguntó Denisse.
-Ábrelo y verás, no lo elegí yo- dijo Daniel, señalando con la cabeza a aquél que se escondía a su espalda con el ceño fruncido.
Emocionada, Denisse rompió el envoltorio para encontrarse con un libro algo grueso.
-¡Wow! Nunca me habían regalado algo así, gracias- exclamó Denisse con emoción y mirando directamente a un evasivo Eduardo.
-Es una lectura interesante con mucho contenido, por eso el tamaño. Esperamos que lo disfrutes- dijo Daniel, al ver que Eduardo no hizo comentario absoluto.
-Si es de ustedes ¡Con más razón! Lo terminaré en una semana sin parar- dijo entre risas Denisse, hojeando el amplio libro.
-Pero Deni, el libro trae una condición de lectura- dijo Daniel, volteando a ver al aún más frustrado Eduardo.
-¡Dime, dime!
-Tendrás que leer un capítulo por semana.
-¿Ehh? ¡Qué aburrido! ¿Cuántos capítulos tiene?
-155- respondió Eduardo entre dientes.
-¡¿QUÉ?! ¡Deben estar bromeando!- exclamó Denisse casi infartada.
-No le hagas caso a don insensible –dijo Daniel tirándole una mirada hostil a Eduardo- Esencialmente tiene 56 capítulos, así que vendrías terminando el libro en un año y un mes, aproximadamente.
-¿Qué pasa con los otros capítulos?
-Ésos puedes leértelos de una sentada, lo importante es llegar al final del 56.
-Sería entonces en Septiembre del próximo año... Vale, acepto el reto.
Cuando la conversación estuvo a punto de darse por terminada, Eduardo codeó a Daniel en la costilla, insinuando que olvidaba algo.
-¡Ouch...Cierto! Otra cosa Deni...
-Dime.
-Por ningún motivo te adelantes al capítulo 56 sin leer los demás o sin haber transcurrido las 56 semanas.
-¿Por qué?
-Es parte del juego- concluyó Daniel con un guiño.
57 semanas después, 24 de septiembre.
-Dany, no quiero terminar el libro, tengo miedo.
-Ya te has atrasado una semana Deni, quedamos en algo- dijo Daniel, frotándose las sienes.
-Si lo termino, todo se acabará...
-Te quedarán otros 99 capítulos.
-¡No es lo mismo!
-Si no lees ese último estúpido capítulo y ves lo que viene al final, Eduardo me colgará de un puente con los órganos hacia afuera.
-¿O...kay? mañana te avisaré si ya pude leerlo.
-¡Gracias!
Día siguiente, 25 de Septiembre.
El sol del medio día estaba en su apogeo cuando Denisse, sosteniendo una hoja de libro arrancada, corría de prisa hacia la casa de los Jaramillo. Jadeando y bufando, con las mejillas rojas y su corto cabello negro hecho una maraña por el aire, tocó el timbre frenéticamente y exclamó el nombre completo de Daniel una y otra vez.
La persona que abrió la puerta sorpresivamente no fue Daniel, sino Eduardo.
-¿Dónde está tu hermano?- preguntó todavía agitada, entrando a la casa sin permiso y echándose sobre el sillón.
-No está, salió con mi papá.
-Oh ¿Puedo esperarlo?
-Sí, pero...- comenzó tímidamente Eduardo.
-¿Pero qué?- preguntó Denisse deliberadamente.
-Eso no lo escribió él- dijo Eduardo, con las mejillas un poco coloradas.
-¿Fuiste tú? Ya decía que la letra estaba muy horrible como para ser de Dany. Hecho, aquí está la página 388 arrancada- dijo Denisse desinteresada, extendiendo una hoja en la que se leía una parte del texto del libro y las siguientes palabras escritas con tinta negra: “Hay algo importante que tengo que decirte, por favor trae esta hoja cuando sea el momento”
-¿Disculpa? Mi letra es la de un chico normal y...
-Bueno, sí ya, ve al grano hombre- interrumpió Denisse, mientras se echaba aire a la cara con la hoja.
-Esto no va a funcionar- dijo frustrado Eduardo- me he colgado un año entero en ese estúpido libro para poderte decir algo que no te interesa en lo más mínimo saber.
-¿Qué?- preguntó confundida Denisse.
-¿Quisieras que te lo dijera Daniel, no? – preguntó Eduardo, sin buscar realmente una respuesta.
-Si me lo tienes que decir tú, dímelo.
-No entiendes en lo absoluto...
-Justo como me dijiste hace cinco años. Si supiera de qué se trata, podré entender.
-Incluso si te lo dijera ahora, yo siempre pensé que al menos intuirías lo que te quiero decir.
-¿Que no te moleste?
-No, no es suficiente. Espera a Dany- concluyó Eduardo, subiendo las escaleras de su casa cabizbajo.
Aunque Eduardo pensara que Denisse no querría escuchar o no entendería, ella realmente se encontraba inquieta acerca de ello: “Si le tomó un año entero para decir algo, no puede ser cualquier cosa” pensó ella, observando esa última hoja de aquél libro que la mantuvo emocionada un año entero. Las palabras cuidadosamente elegidas por él para no revelar ni poco ni mucho, estuvieron allí, esperando a cumplir su propósito. Si ellas no cumplían su propósito, la lectura entera, el tiempo esperando, los sentimientos aplazados, todo habría sido en vano. Ahora ella entendía todo, le dio tan poca importancia a las palabras de Eduardo en ese momento, que había pasado incluso por insensible e incompetente, ignorando lo que desde un principio era obvio.
La puerta del frente se abrió y dos personas entraron: un Daniel empapado de sudor y un hombre en sus cuarentas, los cuales no parecían sorprendidos de verle allí.
-¿Ya te dijo? ¡Dime que sí! ¿O apoco le dio pena? Qué hermano más puñal- comenzó a preguntar Daniel emocionado.
-¿No le ha dicho? ¡Yo no lo eduqué así!- dijo el padre en tono de burla.
-Sí, sí lo hiciste papá.
-Así lo hizo su madre, siempre protegiéndolo de más. Le dije que si seguía así se iba a quedar cuarentón y soltero, pero no me hizo caso esa mujer.
-Perdón... ¿De qué están hablando?- dijo ella, confundida por completo.
-¿Ves? No le dijo- le dijo Daniel a su padre- me debes una comida en donde yo quiera.
-¿Qué? No se vale, yo confié en él ¡Le dije que si le decía le compraría un pastel!
-Viejo mentiroso, siempre dices eso pero nunca lo compras, por eso no le dijo.
-¡¿Qué dices?!
Mientras Daniel y su padre discutían cosas que parecían triviales, Denisse se escabulló arriba de las escaleras y entró a la habitación de Eduardo sin tocar la puerta.
Eduardo se encontraba acostado en la cama con la almohada en la cara, pensando en lo estúpido que había sido y deseando no haberle dicho eso a Denisse y simplemente haber ido al grano. Era tan grande su miedo por ser rechazado que antes de que siquiera ella pudiese realmente imaginarse algo, él ya había dado por hecho que iba a fallar, por eso el estúpido plan a largo plazo, para ver si durante ese tiempo ella entendía lo que él sentía y ella tomaba la iniciativa, o el momento romántico ése de las películas surgía cuando menos se lo imaginara y el asunto del libro se quedase en el olvido. Muchas cosas pasaron por su mente en ese momento en que él pensaba estar solo.
Denisse por su parte, se sentía extraña al entrar a su cuarto y escuchar la música de su artista islandesa favorita siendo reproducida en la grabadora vieja de los hermanos, siendo que a él le gusta mucho más el rock y siempre criticaba su “aburrido gusto por las canciones de cuna de esa mujer”. Lentamente Denisse se acostó a un lado de Eduardo y le dijo lo siguiente:
-Estoy casi segura de qué era lo que me querías decir, pero espero no estar equivocada. Ahora, que estoy dispuesta a escucharlo todo de ti, quiero que me mires a los ojos y no vuelvas a tener miedo de mí ¿Está bien?
La almohada de algodón cayó al suelo y descubrió los irritados, húmedos ojos azules y nariz llena de mocos de Eduardo, lo que le causó ternura y gracia a Denisse y obligándola a acariciar su también enredado cabello. Mirándola directamente a los ojos y sin rodeos, finalmente dijo las palabras que debió haber dicho un año atrás, pero que aún llegaron a tiempo.
-Me gustas, me gustas mucho Denisse.
-Ya lo sabía, sólo que no lo creí- respondió ella, con una sonrisa enorme.
-¿Yo te gusto?- preguntó él, frotándose la nariz con fuerza.
-Sí, me gustas, Eduardo Jaramillo.
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